Patricia

¡Hola! Me llamo Patricia, tengo cincuenta y tantos años,.. ¡y ya no cumplo más! Celebraré solo los que aparente tener...


Doy muchas gracias a Dios por devolverme poco a poco la ilusión por la vida; y por los motivos por los cuales debo seguir viéndome con esperanza de poder hacer cosas nuevas y útiles que me ayudan un poco a resistir el durísimo golpe de perder un hijo.


Mi testimonio es el siguiente. Hace 21 años murió con un mes mi tercer hijo Caleb. De aspecto normal y guapísimo como sus dos hermanos Loida y Samuel de nueve y siete años de edad; aunque con malformaciones internas. Lo pasé realmente mal. Recién parida y con mi precioso bebé de ojos verdes; en cuidados intensivos, sin poder abrazarle ni amamantarlo.


Fueron pasando los años, y trascurridos siete años, me detectaron cáncer de mama. Fui operada y expuesta a quimioterapia, radioterapia… Hace cuatro años, mi marido comenzó un calvario de hemorragias nasales desmayos e ingresos hospitalarios. El diagnóstico fue cáncer naso faríngeo…¡¡ No te aburras y sigue leyendo!! En pleno fragor de la asimilación de su diagnostico nos "dan la noticia" de que, nuestro querido hijo Samuel de 26 años, había muerto repentinamente cuando estaba esquiando ¿Puedes imaginarte la escena? Mi marido tirado en el suelo, sin poder ni querer levantarse, gritando desesperado y sin consuelo posible…¡y con riesgo de hemorragia!
Yo no podía abandonarme al lloro y duelo del hijo de mis entrañas,… del cascabel y la alegría de mi casa,…No podía hacerlo debido a que su hermana y su padre estaban como locos. No se podía asimilar tanta desdicha a la vez...
Mi marido se refugió en su familia; acusándome de todas sus desgracias, haciéndome el vacío, dándome la espalda, ignorando mi dolor. Incluso llegó a acusarme de la muerte de nuestro hijo y de su misma enfermedad. La salud de mi marido fue empeorando hasta fallecer hace un año. No es muy ético señalar esto de mi marido ahora,…le pido disculpas…; pero así podréis entender la tortura psicológica y dolor a cinco bandas que tuve que sufrir. No le guardo rencor, le perdono e incluso le añoro.


Actualmente reconozco que si no fuera por el consuelo y por el gran amor de Dios que siento dentro de mi corazón…¡estaría en un frenopático o como un zombi cargada de medicamentos!
Gracias a Jesucristo que me marcó el camino del amor y de perdón. Esto me ha servido como cura paliativa: ahora puedo ensanchar mi horizonte, ver quién sufre a mi alrededor, y tenderle la mano
Yo me he refugiado en mi Papá-Dios. Él me habla al corazón tiernamente y me dice: “No has perdido a tu hijo. Está conmigo. Él ya acabó su obra. Ten paz y sigue haciendo tú la tuya.”


Con cariño, Patricia