ENFRENTANDO LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO

31.12.2010 12:38

Una de las pruebas más duras que tendremos que enfrentar será la muerte de un ser querido. Es muy difícil mantener las cosas en perspectiva cuando la muerte golpea la puerta de nuestra casa, ¿verdad?
El hombre moderno trata desesperadamente de prolongar la vida, y hasta intenta vencer su poder--creyendo en su interior que podrá lograrlo. Los científicos y los médicos continúan desarrollando métodos extraordinarios para que los enfermos y moribundos vivan un poco más--medicamentos, trasplantes, medios mecánicos.
Sin embargo, la muerte continúa cosechando sin ningún tipo de prejuicios en lo que se refiere a edad, raza, nivel social o educación. La muerte sigue siendo cínica, cruel pero real. Nadie escapa de su mano helada. Todos hemos de tener nuestro encuentro con ella. No estamos exentos ni por dinero, ni por fama ni por la inteligencia que poseamos. Todos hemos de sucumbir.
Ahora bien, como creyentes, ¿cómo debemos responder cuando muere un querido familiar o un amigo?
Muy poco antes que mi padre muriera, se incorporó en la cama y cantó una canción sobre el cielo. Luego volvió a apoyar su cabeza en la almohada y dijo: "Me voy a estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor."
Papá había entregado su vida a Cristo nueve años antes; estaba seguro de que pasaría la eternidad con el Señor. Tenía 36 años de edad cuando se fue a la gloria. Yo en ese entonces tenía 10. El falleció algunas horas antes de que yo regresara a casa de la escuela de pupilos donde estaba estudiando. Cuando bajé del tren, no sabía con exactitud lo que había pasado, pero corrí a casa. Cuando iba llegando, comencé a oir llantos.
Algunos parientes trataron de ponerse en mi camino, pero yo pasé corriendo entre ellos y llegué a la puerta de entrada antes de que mamá se diera cuenta. Al ver el cuerpo muerto de papá, rompí a llorar.
La muerte de mi padre hizo que me sintiera completamente devastado. Mi mundo estaba hecho pedazos y era un mar de confusión. Estaba enojado con todo y con todos. Es injusto, decía. ¿Por qué
papá no pudo morir de viejo como los otros padres?
A la mañana siguiente, un misionero dio el mensaje antes del entierro. En ese momento tuve la absoluta seguridad de que mi papá estaba en el cielo.
Por supuesto que lo seguía extrañando terriblemente. Por supuesto que sentía el profundo dolor. Pero podía descansar en la confianza de que un día podría volver a verlo.
El dolor es una parte normal ante la muerte de alguien que amamos. Nos duele la muerte de otros creyentes, pero no como a aquellos que no tienen esperanza (1 Tesalonicenses 4:13).
Jesús nos da estas palabras de consuelo: "No se preocupen ni sufran. Si confían en Dios, confíen también en mí. Allá donde vive mi Padre hay muchas moradas y voy a prepararlas para cuando vayan. Cuando todo esté listo, volveré y me los llevaré a ustedes, para que estén siempre donde yo esté" (Juan 14:1-3 BD). Esta es nuestra bendita esperanza como cristianos.
Por cierto que el proceso de dolor es totalmente normal para nuestro bienestar emocional y físico. Pero como cristianos no tenemos que ser consumidos por ese dolor ni tenemos que dejar que el enojo o la amargura echen raíces en nuestro corazón.
Haga usted una oración al Señor agradeciéndole por la gloriosa esperanza que tiene como cristiano. Agradézcale que podrá enfrentar la muerte con paz, sabiendo que no es el fin, sabiendo que la muerte sólo es la puerta desde la tierra al cielo. ¿No es reconfortante saberlo?

 

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